Santa Anna

Selección de Gabriela Lira

 

Yo no pude haber traicionado mis convicciones por la simple razón de que nunca las tuve.

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Estoy dispuesto a cargar con mis culpas, no con las que me endilgue la plebe ignorante y rastrera, cómplice de todas mis tropelías. ¿O acaso no lanzaban fuegos artificiales cada vez que me ceñía la banda presidencial?

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Gómez Farías creía ciegamente en las leyes, como si la letra impresa pudiera convertir la lucha por el poder en un civilizado juego de mesa. Pero las leyes propician otra clase de tiranía, la de los cretinos que son incapaces de resolver un problema, pero invocan la ley para obstaculizar a los hombres de acción.

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¡Oh, enemigos de ayer y de hoy, os veo conspirando siempre en mi contra, los dientes afilados y las miradas torvas, como mañana veré a los buitres cebados en mis despojos! Dadme un poco de paz, un poco de sosiego al fin de mi jornada.

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Para mí la gloria es como el sexo: sé que ya es inalcanzable pero no me resigno a vivir sin ella.

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La política es el arte de utilizar en provecho propio las ambiciones de los demás.

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Perdóname, Agustín: sólo llegué comprender tu grandeza cuando padecí tu calvario. Que la historia nos juzgue como lo que fuimos: navíos extraviados en el proceloso mar de la ingratitud.

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Un pueblo no existe como tal hasta convencerse de su grandeza. Lo que distingue a un pueblo de una población es el despertar interior del nosotros. Cuanto más profundo es ese sentimiento, más fuerte será la unidad nacional. Nuestro pueblo era una mezcla heterogénea de culturas y razas. Yo soy el principal artífice de su historia, por encima del cura Hidalgo, porque le di fisonomía y cohesión espiritual a una masa de huérfanos desvalidos.

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No se puede ser dictador a medias –lo sé por experiencia propia--, pues cuando un enemigo no queda aplastado del todo, se levanta del suelo con el doble de fuerza.

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El tribunal de la historia podrá hacerme muchos cargos, menos el de haber recurrido al crimen para conservar el poder. Cuando el pueblo me daba la espalda yo renunciaba de inmediato a la presidencia. Gobernar contra su voluntad me hubiera parecido tan ruin como forzar a una mujer esquiva.

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Quien ha saboreado la gloria militar no puede resignarse fácilmente a las miserias de la política palaciega. En mi juventud había creído que tomar el poder me produciría una exaltación próxima al vértigo. Cuando lo tuve me dio náuseas el espectáculo de la sumisión ajena. Comprendí con horror que había estado persiguiendo un espejismo. Yo era un valiente acostumbrado a luchar con otros valientes, no un trepador oficinesco enfermo de soberbia, que se envanece por hacer favores a los demás.

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Hartazgo de dar órdenes y de llevar a la patria cargada en el lomo. ¿Quién me ayuda a cargar la inmortalidad? ¿Quién nació para mandar en este país de agachados? Nadie alza la voz, nadie se hace responsable de nada, soy un halcón solitario que describe círculos en el aire, mientras sus polluelos esperan el alimento en el nido.

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La patria es una mujer inconstante que pasa con facilidad del amor al odio. Hoy te hace mimos, mañana cambia de humor y te da con la puerta en la cara.. Si rehúyo el martirio nunca más me concederá sus favores. Si lo acepto llorará compungida en mis honras fúnebres y una vez pasado el duelo se entregará al primer general que le guiñe un ojo. Por una causa noble daría con gusto la vida, ¿pero acaso estoy obligado a sacrificarme por una puta?

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En Washington, las barriadas miserables y el lodo de las calles me recuerdan a México. Al parecer todas las capitales hieden. ¿Acaso porque son las sedes del poder?

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Nada me complace más que humillar a un hombre de letras. En México los libros no mandan.

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Querer privar a los militares de la ambición sería arrebatarles sus esperanzas. La conducta a seguir con ellos es mezclar de tal modo los favores y los reveses que no sepan a qué atenerse. Hoy me tocó apapacharlos, mañana les daré un soplamocos. ¿No es así como se doma a los perros?

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Sólo cuando me imploran siento amor por el prójimo. Hay algo voluptuoso en hacerse del rogar, en aplazar un sí que tiembla en la punta de la lengua, como un amante avezado en las lides de Venus que retrasa la eyaculación para prolongar las delicias del acto carnal.

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Sépanlo quienes adoran su efigie en las oficinas públicas: Benito Juárez fue un político astuto y convenenciero que aunaba la hipocresía de Judas con el cinismo de Maquiavelo.

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En la juventud creía ingenuamente que la sencillez de un gobernante y su trato campechano con la gente humilde le conquistan el favor de las multitudes. ¡Cuán equivocado estaba! A lo largo de mi vida política ocupé infinidad de veces la presidencia, pero sólo duré un tiempo razonable en el poder cuando me mantuve a prudente distancia del vulgo, rodeado del boato de un monarca europeo.

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Me acuso, padre, de haber desdeñado el cariño del pueblo con la arrogancia de un Don Juan atosigado por sus amantes.